El Mont-Saint-Michel es un islote que no llega al kilómetro de circunferencia, ni a los 100 metros de alto y que sin embargo es uno de los montes más famosos del mundo. Esto se debe a dos razones: la belleza de su arquitectura y una curiosidad geográfica.

En el noroeste de Francia, a cuatro horas desde Paris en tren o en auto, el Mont-Saint-Michel se ubica frente al Canal de la Mancha donde domina desde la altura tanto el mar como la región llana que lo rodea.
Su atractivo principal es la abadía que lo corona, con la estatua dorada de San Miguel que puede verse desde lejos.

Para llegar por tierra hay que esperar a que la marea baje por la mañana, cuando sale a la superficie la ruta que lo conecta y que vuelve a cubrirse y aislarlo por la noche.
Se trata de una pequeña ciudad fortificada que asciende en espiral hasta la abadía. Totalmente preparada para el turismo, entre hoteles, restaurants y tiendas de souvenirs, la arquitectura sigue siendo la de la época hasta en los detalles más ínfimos.
Los sitios de interés son la fuente y la capilla de San Aubert, la iglesia parroquial de San Pedro, y por supuesto la abadía de Mont-Saint-Michel y la catedral de Notre-Dame-sous-Terre.

Dedicándole un día completo se puede recorrer con calma, pero recomiendo llevar una buena guía para poder apreciar todos los detalles históricos de este lugar que tiene vestigios de druidas, romanos, cristianos, guerras, monarquías, prisioneros de la revolución francesa, curiosidades literarias y avances científicos.

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