Ya el edificio, una vieja estación de tren devenida en museo, vale la visita.
En una ciudad con gran oferta cultural y artística, se trata de uno de los lugares imperdibles, un paseo obligado ya sea que vengan por un mes o por dos días.
Mucho más chico y fácil de recorrer que el resto de los grandes museos del mundo, este pequeño universo cuenta con algunas de las obras más maravillosas que se puedan ver.
Si se lo proponen pueden recorrerlo en medio día, aunque también pueden tomarse el día completo y no terminar de ver todo.
Personalmente viví las dos experiencias, el recorrido rápido cada vez que vine de viaje, y con calma y tomándome mi tiempo en cada obra, ahora que puedo volver a visitarlo las veces que quiera.
Las salas más conocidas son las dedicadas al impresionismo (con obras de Monet, Cézanne, Degas, etc), la de Toulouse-Lautrec, la de Van Gogh, y la galería central de esculturas.
Les recomiendo especialmente la Puerta del Infierno, de Rodin, y la vista que tienen del museo desde ese rincón 😉
También el gran reloj que se puede ver en el último piso, al final de las salas de impresionistas, y donde todos sacan fotos (como la mía encabezando este post, que me gusta con su claroscuro y Montmartre a través del vidrio). O desde la cafetería que está justo antes, donde no se puede tomar más que un café (todo es carísimo) pero el ambiente y la vista es genial.
Para conocer las diferentes tarifas no dejen de visitar este link, donde encontrarán también algunas promociones. Y recuerden chequear los horarios y que los lunes está cerrado.

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