Cuando llegué a Paris la primavera me recibió con un aire otoñal. Temperaturas por debajo de los 10 grados, lluvias, cielo gris. Para mí, que venía del verano y en mi país de origen estaban haciendo la transición al invierno, se sintió doblemente otoñal: el clima era lo que mi reloj interno decía que debía ser.
De pronto, y sin demasiados preámbulos, llegó el verano a Paris. Pasamos de las botas a las sandalias y del trench a los vestidos livianos. Las mujeres lucieron sus piernas blanquísimas. Todos hablaban de sus viajes al sur de Francia y a las ciudades donde irían a visitar a sus familiares y amigos.
Paris se vació durante agosto y en septiembre recibió a los veraneantes sonrientes (y ya con un leve bronceado) que se reincorporaban a sus trabajos y actividades.
Entonces comenzó el otoño. Pero esta vez el otoño de verdad, el que tenía que llegar, el que corresponde según hemisferio y calendario.
Pero una parte de mí seguía esperando la primavera. No es que sea mi estación favorita, pero así como tuve que reacomodarme a la geografía y el huso horario, tenía una materia pendiente con el clima.
Entonces se me ocurrió que, ya que justo estoy incursionando en esto de poner un poco de verde en mi balcón, iba a preparar todo para que la próxima primavera fuera increíble. Pedí asesoramiento a @latorro, que desde su experiencia con el clima de Bariloche me ayudó a elegir tulipanes y narcisos, y me explicó cómo plantar y cuidar los bulbos.
Se suponía que debía plantarlos en otoño y que vería los resultados recién hacia finales del invierno, pero algo inesperado sucedió: los narcisos decidieron que iban a crecer antes (o a lo mejor es siempre así y hubo algo que no entendí) y empezaron a mostrar sus primeras flores.
Y es así, como en medio de un otoño definitivamente otoñal, tengo mi pequeña primavera en un rincón de mi balcón 🙂
Publicado en octubre de 2013.
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