Hasta hace muy poquito todo estaba cerrado. Cualquier salida implicaba quedarse al aire libre y en movimiento, en el frío, a veces bajo la lluvia, viendo persianas bajas y calles vacías. La gente, en general, malhumorada: los que se niegan a usar bien el barbijo, los que se lo bajan para hablarte, los que te miran con temor porque estornudaste.
Catorce meses de incertidumbre, certificados de salida, rumores de confinamiento estricto y toque de queda.
La vacuna aplicándose lentamente, comenzando por los sectores menos visibles: ancianos en geriátricos, personas en situaciones vulnerables, trabajadores de la salud y sectores de gran exposición al virus.
Y un día la vacunación se acelera.
Ésa es la sensación, al menos, cuando la vacunación se extiende a personas más jóvenes y, finalmente, se abren a todos los turnos no cubiertos de un día para el otro.
Con el cronograma de reapertura en mano, los franceses comenzaron a planificar todo lo que venían postergando.
Un café en una mesita en la calle, un almuerzo con amigos, un paseo de compras, una salida al cine, la visita a un museo y, por qué no, un viaje.
De un día para el otro Paris se llenó de colores, vida, movimiento.
Una alegría irrefrenable y generalizada invadía el ambiente. Desde los trabajadores que por fin podían volver a sus puestos hasta el que iba caminando por la calle y sentía que volvía a la normalidad.
Las redes sociales se llenaron de fotos de este evento extraordinario: las famosas terrazas parisinas, más extendidas que nunca. (Vale aclarar que las mesas en el interior todavía no están permitidas por lo que se autorizó a expandir la ocupación de las veredas y parte de la calle.
Paris es una fiesta.
Ni siquiera el clima incierto logró desalentar a los franceses que desempolvaron las prendas tanto tiempo olvidadas en el fondo del placard y salieron a demostrar por qué son los reyes cultivando
la joie de vivre.
¿Es esto la nueva normalidad tanto tiempo esperada?
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